por
Leopoldo Moreau
Creo que llegó la hora de dirigir una reflexión a los
militantes de mi partido y de otras fuerzas políticas y sociales
tratando de explicitar mi mirada sobre la realidad argentina y qué es lo
que pienso sobre el desenvolvimiento del proceso económico, social y
político de esta etapa del país.
A muchos de Uds., como a mi, les habrá pasado recoger en la calle la
opinión de infinidad de gente que dice "falta oposición". Lo curioso es
que lo sostienen tanto los que se oponen tenazmente al gobierno como
aquellos que lo apoyan casi incondicionalmente. Yo no comparto ese punto
de vista. Por el contrario, creo que sobra oposición, de todo tipo y
pelaje. Es más, la oposición tuvo tanta importancia que hasta ganó una
elección, en la que cayó derrotado el propio Néstor Kirchner. Por lo
tanto, no falta oposición. Lo que en realidad no existe es LA
ALTERNATIVA QUE HACE FALTA. ¿Y cuál es esa alternativa? En primer lugar,
tiene que ser seria, responsable, constructiva y con un profundo
sentido patriótico. Pero este enunciado sería retórica hueca sino le
damos un contenido más preciso. La democracia desde que fue recuperada
en el ´83 tuvo avances y retrocesos pero, en líneas generales, fue
ampliando derechos y ganando espacios para los sectores populares, los
intereses nacionales y las concepciones democráticas. Podríamos
mencionar innumerables ejemplos que respaldan esta afirmación pero, por
cierto, esta marcha -como no podía ser de otra forma- no sólo fue
dificultosa sino que no estuvo, ni estará, exenta de tensiones. Esto es
inevitable si compartimos con Raúl Alfonsín su aseveración cuando en su
libro Fundamentos de una República Democrática sostiene: “La democracia
está siempre vinculada a la pretensión de lograr la transformación del
poder entendido como forma de dominación". En este marco conceptual digo
que, en esta coyuntura – pero mirando hacia el futuro -, si queremos
construir un proyecto de poder no podemos confundirnos estratégica ni
tácticamente. En primer lugar, hay que decir que no debemos cometer el
mismo error que cometió el peronismo en la primera etapa del gobierno de
Alfonsín cuando arremetió contra su gestión sin tomar en cuenta el
telón de fondo que precedía a ese gobierno. Durante años estuvieron
perdidos en la neblina, sin iniciativa y sin influencia en los sectores
juveniles. Sentían que les habíamos robado las banderas. Tuvo que
aparecer la renovación peronista para que empezaran a remontar la
cuesta. Algo parecido nos pasa hoy a nosotros, precisamente, porque no
asumimos que la experiencia que se inició en el 2003 tiene, en este
caso, como telón de fondo la década del ´90. ¿Esto significa que el
gobierno hizo todo bien? De ninguna manera. Pero sí conlleva la
necesidad de reconocer que en algunos temas se avanzó como también
ocurrió en el gobierno de Raúl Alfonsín, un reconocimiento que recién
ahora hace el oficialismo. ¿Cuáles son esos avances? La renovación de la
Corte, el canje de deuda, el rechazo al ALCA, la estatización de las
AFJP, la expansión del consumo, la puesta en práctica de la Asignación
Universal por Hijo, la ampliación de derechos civiles y, lo más
importante, la autonomía del Estado en la toma de decisiones –acertadas o
no- respecto a la influencia de las corporaciones, pueden ser algunas
de las enumeraciones que no son incompatibles con nuestra manera de
pensar. Ahora bien: ¿Esos aciertos dejan de lado los problemas que
subsisten en la sociedad argentina? Definitivamente, NO. Hay que ordenar
y sistematizar la gestión del Estado si no se quieren dañar los
fundamentos de esta política que se inauguró en el 2003 y que, si
fracasa, abrirá el camino a una restauración cultural de los valores del
neoliberalismo. Hoy la economía está afectada por una pérdida de
competitividad que amenaza con hacernos retroceder. Es imprescindible
que se aborde el problema de la inflación –reconociéndola, atacándola y
disminuyéndola- precisamente, para no caer en la fatalidad de bruscas
devaluaciones o el retorno al endeudamiento externo. El costo de
reconocer la inflación sería rápidamente compensado por la aparición de
inversiones que son necesarias para recuperar el ritmo de consumo y
crecimiento de los últimos años. Otra cuestión que requiere inmediata
atención es el tema de la educación. Ya lo hemos dicho: Mayores recursos
en educación no aseguran mejores resultados. La escuela pública decae,
la deserción es alta y la calidad de la enseñanza se deteriora.
Afirmamos que en esta materia el gobierno no ha puesto la atención
necesaria y no aborda la resolución estructural del problema porque es
un tema de largo plazo y parece preferir atender (como en algunas otras
cuestiones) el corto plazo. Mientras tanto, muchos de los que se dicen
opositores tampoco la ponen al tope de la agenda, porque creen que ser
"mejores" opositores es una carrera entre quienes más insultan o
descalifican (sobretodo si se trata de hacerlo en twitter, facebook o en
algún medio siempre ansioso por transformar la diatriba en un título).
Este es un ejemplo de que no siempre la inclusión trae igualdad. En
materia de igualdad hay que decir que sino se producen cambios
estructurales, corremos el riesgo de sostener una pobreza con contención
pero sin futuro de ascenso social. Y aquí vale la pena agregar que la
inseguridad encuentra su principal causa, precisamente, en profundas
desigualdades sociales.
Tampoco el gobierno atendió una política integral de transporte,
tanto de pasajeros como de carga, con el impacto que esto tiene en la
calidad de vida de la gente como en los costos de producción. Esta es la
fotografía de la realidad mirada con los dos ojos y no tapándose uno de
ellos. Por eso, nosotros dijimos, en más de una oportunidad: Queremos
hablarle a cientos de miles de jóvenes que no pueden conseguir su primer
empleo pero también queremos hacerlo con los millones de argentinos que
se reinsertaron en el mercado laboral. Queremos ser la voz de los
jubilados que con la mínima reclaman el 82 por ciento pero también la de
más de 2 millones de compatriotas que engrosaron las filas de la
Seguridad Social cuando ya no tenían esperanza de acceder a una
jubilación. Por esa razón nuestro mensaje no va a una parte sino a todos
los argentinos. Lo sintetizamos de esta manera: no queremos hacer
antikirchnerismo, queremos hacer radicalismo. Mucho menos aún queremos
contribuir a profundizar la fractura social y política de la Argentina
porque de ese quiebre siempre sale victoriosa la derecha. Pero no
debemos comprenderlo sólo nosotros, también debe entenderlo y asumirlo
el gobierno. Los trabajadores, los industriales, los sectores que
ascendieron a las capas medias, los movimientos sociales y los jóvenes
que se sumaron al proyecto iniciado en el 2003, se seguirán moviendo en
un cuadrante popular y progresista pero no girarán hacia una opción de
centroderecha que provenga tanto desde adentro como desde afuera del
peronismo. Por eso constituye un grueso error estratégico y táctico de
la conducción del radicalismo sumarse a un discurso de derecha que sólo
engorda a candidatos y opciones que cabalgan en el resentimiento
político o en una especie de gorilismo social. Dejar afuera de nuestro
mensaje a los sectores más dinámicos y con más aspiraciones de cambio es
renunciar al papel de transformar las condiciones sociales de los
argentinos y, además, resignarnos a no tener un proyecto de poder fuerte
y competitivo. Y nosotros no estamos para resignarnos. Tenemos los
ejemplos de Yrigoyen y, el más reciente, el de Raúl Alfonsín para
demostrar que el radicalismo se hizo grande cuando salió de la baldosa
partidaria y fue al encuentro de las mayorías populares. Pero para esto
hace falta dejar de lado los prejuicios, las antinomias y tener
capacidad anticipatoria. Siempre recuerdo cuando Alfonsín, en ocasión de
la renuncia de Héctor Cámpora aseguró: "Esto es un golpe de la
derecha". Fue casi una herejía para la mayoría de la dirigencia política
de la época, incluyendo a muchísimos radicales. Todos tenemos presente
cuando arrancó la campaña del `83 convocando a que acompañaran su marcha
"los que vienen con la divisa de Perón y Evita" causando, al principio,
el escozor de los que no habían podido superar la etapa de las
antinomias. No era el caso de nuestra generación a la que le tocó
enterrar esa antinomia. Por eso ahora estamos en condiciones de
construir LA ALTERNATIVA QUE HACE FALTA desde una inspiración nacional,
popular, progresista y democrática de sus actores, entre los que nos
contamos, sin duda, por nuestra pertenencia radical. Pero no a cualquier
radicalismo, sino al de Yrigoyen, Illia y Raúl Alfonsín. Queremos
convocar -como lo dijimos más de una vez- a los jóvenes, a los
emprendedores, a los trabajadores, a los industriales, a los que se
sienten parte de un espacio progresista y popular. En síntesis,
pretendemos demostrar que HAY OTRA OPOSICIÓN. Que no insulta ni
descalifica sino que propone. Que no grita porque escucha. Que no es un
rejunte porque tiene un proyecto de país. Que es firme porque tiene
ideas claras. Que no convoca, una y otra vez, a la frustración porque
construye con vocación de mayoría. Este es mi pensamiento. Lo expongo
con la tranquilidad de mi trayectoria. Los que no coincidan con nosotros
serán bien recibidos para compartir el análisis. Los que quieran
diferenciarse desde la descalificación, la mala fe, el insulto y la
estigmatización, que se abstengan, porque no serán ni tomados en cuenta.
Porque lo que queda por hacer es demasiado importante como para
someterlo a la mediocridad.