lunes, 29 de octubre de 2012
Sí a Samhain, que es como la Pachamama de los Celtas
Halloween y el pensamiento binario
Eddie Abramovich
Por muchos años, antes y después de la cristianización, Halloween-Samhain fue una fiesta de la libertad y del goce del los frutos de la tierra. La banalización comercial de Halloween es odiosa y globalizante. El origen de la fiesta es virtuoso y de una profunda universalidad.
El rechazo a Halloween, en su condición de frívola impostura metida a la fuerza en la Cultura Shopping es legítimo y suscribible.
La abominación absoluta de Halloween y su tosca oposición con las fiestas de la Pachamama, en cambio, no lo son. Expresan una matriz de pensamiento binario -sí o no- y la lógica del tercero excluido -si es A no puede ser B- que renuncia a indagar en los antecedentes.
Si se hiciera esa indagación histórica -sin demasiado esfuerzo- podría surgir quizás otra oposición, también reduccionista, pero no tan binaria. Y la podríamos expresar así: No a Halloween, sí a Samhain, que es como la Pachamama de los Celtas, el año nuevo natural de irlandeses, escoceses, gallegos y asturianos antes de la colonización cristiana.
Porque Halloween -condensación All Hollows' Eve, Víspera del Día de Todos los Santos- fue la expropiación, por parte de la Iglesia, de las fiestas paganas de Wiccas y Druidas, consideradas "heréticas". Tal expropiación redujo al 31 de octubre una fiesta que, en realidad, duraba entre cinco y siete días, en la luna llena entre el equinoccio boreal de otoño y el solsticio de invierno, comenzando alrededor del 7 de noviembre, mes de Samonio (Samhain), cuando se iniciaba la mitad oscura del año.
La coincidencia más o menos simétrica con el año nuevo austral originario, también en torno de una luna llena, no es accidental: Los pueblos elegían el fin de la cosecha y el inicio del tiempo de guarda - con el encendido de los hogares - para marcar el final de un ciclo y el inicio del otro. Los revolucionarios franceses recogieron esta vuelta a lo natural para confeccionar su nuevo calendario, que iniciaba el 22 de septiembre, rebautizado 1º de Vendimiario. Este adelanto de la fecha, así como el atraso a la última de las cosechas gruesas, a fines de diciembre, tampoco era caprichoso: en distintas latitudes, ritos similares elegían fechas diferentes para marcar el hito anual, pero siempre entre finales de septiembre y de diciembre, lo que en el hemisferio sur tiene su correspondencia entre finales de marzo y de julio.
Es la secuencia de los ciclos agrícolas, asociados con los buenos espíritus y la honra de los antepasados, lo que la Iglesia más tarde vino a "bendecir", alcanzando el punto máximo al fechar el nacimiento de Jesucristo en la noche del 24 de diciembre, en torno del solsticio de invierno. Más, aún se apropió de la conífera que los celtas adornaban con bebida y alimento y coronaban con fuego para guiar a los viajeros extraviados en los bosques, y la convirtió en árbol de Navidad, con la estrella de Belén en lugar de la linterna ígnea.
Halloween es colonizante hoy porque lo fue en la Edad Media. Pero no siempre fue así. Su arraigo en los Estados Unidos fue obra de los inmigrantes irlandeses, expulsados de su tierra natal por la Gran Hambruna de 1845-49, secuela del saqueo y la invasión dictatorial británica al mando de Cromwell dos siglos antes. Los irlandeses, despojados de su tierra por los británicos, llevaron Halloween a su nueva patria para celebrar la recuperación de la labranza. Por muchos años, antes y después de la cristianización, Halloween-Samhain fue una fiesta de la libertad y del goce del los frutos de la tierra.
Su transformación en un sinsentido con calabazas y caramelos en Alto Palermo y el Paseo Alcorta es una imbecilidad hija de las relaciones carnales de los '90, que justifica el rechazo pero no legitima delirios como algunos que están circulando por internet, como que los druidas sacrificaban niños para ofrendarlos a los espíritus de las cosechas.
La banalización comercial de Halloween es odiosa y globalizante. El origen de la fiesta es virtuoso y de una profunda universalidad.
lunes, 22 de octubre de 2012
2002-2012: Salud para las Jubilados
por Lucero Gómez Cruz
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Diciembre 2010, la Doctora le dijo a mi marido: "no te movés de acá (Hospital Italiano, CABA), hasta que aparezca un hígado"-. Con la incertidumbre en la boca y el miedo en el corazón recurrimos a PAMI (obra social que cubre la salud de mi marido, profesor de música jubilado por invalidez con el 82%).
Y la historia comienza quizá muchos años antes, en el 2005, cuando Néstor Kirchner firmó la "Ley de Trasplantes", ley que otorga el derecho a cualquier persona que ingresa a la prístina lista de espera del INCUCAI para elegir su centro de trasplante, cuando aún no imaginábamos que un día lo necesitaríamos.
Y llegamos al Hospital Italiano. El 2011 se vivió entre internaciones hospitalarias y domiciliarias (con equipos, médico, enfermeros y medicación en casa), cuidados exhaustivos y de última generación para el cuidado de mi marido, su vida -nuestra vida en Bs.As- cubierta hasta el último centavo por la obra social de los jubilados. Ocho meses después llegó el trasplante que por ese entonces -el mero hecho del operativo- rondaba los cientos miles de dólares, pagó PAMI; tres semanas en terapia intensiva, un mes en habitación privada (con cama para mí), pagó PAMI. Le siguieron internaciones y controles, el total de nuestra estancia en Baires sumó los 14 meses, pagó PAMI.
Febrero 2012 a la fecha, viajes frecuentes para control Post-TX, centro de alta complejidad, hotel y pasajes. Medicamentos que por mes rondan el equivalente a un automóvil KA 0 km, nacionales e importados: Si la receta dice BACTRIM FORTE, el bactrim está mensualmente en casa ¿y el PROGRAF? El famoso imunosupresor que tomará de por vida, mensualmente en casa, 100% paga PAMI. Y ANSES la jubilación intacta.
Mi experiencia no pasa por un diario ni un canal de TV, mi vivencia no la media ni Clarín ni Página 12. Yo sé lo que viví y lo que vivo, y esta misma vida es la que me ha enseñado a ser agradecida. Y podrán faltar muchas cosas, si, pero hace 10 años un ministro declaró que no habría prótesis para los viejos porque ya se iban a morir... ¡vaya alivio haber necesitado del Estado en estos tiempos de coyuntura social y política! Por eso no me verán cacerolear ni gritarle a Cristina entre insultos -"¡que se vaya!"-, por el contrario, por la vida futura de mi esposo y por quienes viven situaciones parecidas quiero que se quede.
Si el invento falaz del 'Gran Diario Argentino' fuese verdad, yo la votaría en el 2015 (ahora que están a punto de discutir en el Senado de la Nación el voto para los extranjeros) pero todos sabemos -y si no lo saben, aprendan- que para modificar la Constitución hace falta una mayoría especial (hasta Wikipedia lo sabe...).
Acompañé a Cristina en el inmenso dolor de haber perdido a su compañero de ideas, vida y militancia; la acompañé mientras el tiempo pasaba y muchas voces me pedían aceptar mi viudez. No, yo no olvido, yo tengo cada recuerdo clavado en la memoria, una memoria cargada de Verdad y Justicia. ¡Nunca más tener que rogar en la puerta de oscuros ministerios para ser atendido! Nunca más juicios interminables para obtener la medicación de pacientes crónicos. Ni un paso atrás en lo que hemos conseguido, y ojo que lo que se no lo aprendí en Harvard, lo aprendí en esta hermosa Argentina.
jueves, 18 de octubre de 2012
La cuestión inflacionaria en la Argentina
Un problema que debe encararse en el marco de la política de desarrollo
Introducción
La crisis desatada a fines de 2001 representó el fin del ciclo de la Convertibilidad. Un período que representó un enorme retroceso, tanto en las condiciones de vida de gran parte de la población argentina como en el desarrollo productivo. La drástica caída verificada en el empleo industrial y la persistencia –durante casi una década– de una tasa de desempleo abierto de dos dígitos fueron dos de sus heridas más dolorosas. Parte del costo de un esquema económico que tuvo como eje el control de la inflación y la irrestricta liberación de los mercados, mientras se proclamaba que “sobraba un tercio de argentinos”.
A un costo social sin precedentes, la Argentina se liberó de un gravoso cepo intelectual, al que estuvo sometida desde largo tiempo atrás (en especial, tras la hiperinflación de 1989-90). Se crearon así las condiciones para adoptar un régimen de política económica que apuntara al crecimiento y a la inclusión social.
Este nuevo patrón se encuentra todavía en vías de consolidación y demanda definiciones acerca del perfil productivo a adoptar hacia adelante. En algunas áreas –como es el caso del transporte– aún se observa, además, una ausencia notoria de nuevas políticas. Asimismo, superada la instancia más crítica de inicios de la pasada década, existen todavía muchas demandas sociales pendientes, tales como la provisión de soluciones habitacionales suficientes y la formalización de un amplio estrato de trabajadores en la “economía negra”.
Ello no quita la importancia que han tenido diversas reformas que, claramente, han apuntado a políticas públicas nuevas y muy eficaces para responder a las necesidades de las mayorías. Nos referimos aquí, entre otras, a la renegociación de la deuda externa; a las transferencias sociales masivas de impacto redistributivo; a la supresión del inviable y costoso régimen previsional privado, reemplazado por una política inclusiva y solidaria; a la modificación de normas monetarias y cambiarias heredadas de la Convertibilidad; al impulso a la educación y al desarrollo científico y tecnológico; a la jerarquización de las inversiones públicas; y al activismo que el Estado está mostrando en el plano energético.
Si bien los datos estadísticos disponibles señalan cambios positivos en la distribución del ingreso, a la par de un crecimiento significativo en la actividad productiva, este nuevo patrón en proceso de definición presenta dificultades. Entre ellas, un proceso inflacionario que se ha iniciado un quinquenio atrás y que, si bien muestra un ritmo administrable, alcanza hoy índices superiores a los deseables.
Además de los conocidos impactos que todo proceso de este tipo tiene sobre los perceptores de ingresos fijos –como es principalmente el caso de los trabajadores asalariados– la inflación estrecha el horizonte de decisión de las personas y empresas, desestimulando la toma de riesgos a plazos largos. Asimismo, existen concretas preocupaciones por el retraso que la inflación tiende a generar en el tipo de cambio real y en los niveles reales de tarifas de servicios públicos. Las razones precedentes conducen a reconocer la importancia de esta cuestión.
Por cierto, los distintos procesos inflacionarios de la Argentina obedecieron en el último siglo a causas diversas y su magnitud alcanzó niveles muy disímiles. La decisión del Plan Fénix de tomar posición –una vez más– acerca de este tema obedece a que, por la magnitud adquirida los últimos años, la inflación ha vuelto a instalarse como una cuestión central entre las preocupaciones sociales y exige la adopción de políticas eficaces para su morigeración y control. Nuestra historia enseña, sin embargo, que de la mano de argumentos antiinflacionarios se han gestado en el pasado planes de ajuste que implicaron graves retrocesos productivos y sociales, con serias consecuencias ulteriores en el terreno político-institucional. Es imperativo entonces que esto no ocurra, para beneficio de la expansión productiva en curso, de los sectores sociales más vulnerables y del proceso de afianzamiento y extensión de nuestra democracia.
El ritmo actual del fenómeno inflacionario
Cualquier esfuerzo que procure reducir la inflación debe comenzar por cuantificar su magnitud, determinar sus causas, evaluar los resultados negativos producidos en el pasado como consecuencia de la aplicación de políticas antiinflacionarias de matriz ortodoxa y, finalmente, proponer una estrategia alternativa.
No es fácil determinar cuál ha sido el ritmo real de incremento de precios que ha tenido lugar en la Argentina durante los últimos años. Las cifras que ofrece el INDEC han perdido credibilidad, las provinciales no cubren un territorio de suficiente significación y las que publican las consultoras privadas exageran, en general, las tasas de inflación reales (además de aplicar en algunos casos metodologías inaceptables, de poca seriedad). De acuerdo a la evolución del índice de precios implícitos del PBI, la inflación actual se ubicaría en el entorno del 20% anual, en tanto que el promedio del incremento de precios, según siete institutos provinciales de estadísticas, resulta aproximadamente del 23%. Ambos valores se hallan muy lejos de los que estima el INDEC –y, también, bastante por debajo de muchas “estimaciones” irresponsablemente difundidas por medios masivos de comunicación– y justifican la actual preocupación. Va de suyo que esta situación debe ser corregida, sin más dilaciones.
Causas
Para comprender la especificidad del fenómeno es preciso analizar sus causas y sus mecanismos de propagación. El análisis económico tradicional suele distinguir tres clases de inflación: de demanda, originada por un exceso de la demanda global respecto de la oferta global de productos y servicios; de costos, usualmente derivada del aumento de la tasa de salarios e insumos a un ritmo mayor que la productividad del trabajo asalariado; y la estructural, causada por el cambio de los precios relativos en sectores con inflexibilidad a la baja de los precios monetarios. Más allá de este análisis tradicional y avanzando en el tema, podría afirmarse que el fenómeno primario tiene origen en una inflación de carácter “estructural”, que presenta como mecanismos de propagación a la inflación “de costos” y también a la “de demanda”.
Las presiones inflacionarias se deben a problemas de la estructura del sistema económico argentino. Entre ellos: a) el incremento de los precios relativos de alimentos, energía y otros insumos en el mercado mundial, que tiene impacto sobre el nivel de precios internos y se traslada fuertemente al consumo de los sectores más carenciados; b) las deficiencias en la tasa de formación de capital, así como en su asignación; y c) las serias inequidades persistentes en el sistema tributario. Si estas fallas estructurales no se corrigen resulta imposible atenuar el proceso inflacionario, por más “ajustes” que se intenten, debido a la multiplicidad de causas que operan de modo simultáneo.
Si bien los cambios positivos en la distribución del ingreso no son necesariamente inflacionarios, la puja distributiva tiende a provocar el incremento en los precios. Sobre todo cuando los empresarios, en particular los formadores de precios, reajustan sus márgenes de ganancia. Esto, en especial, que sucede con frecuencia, tiene un fuerte impacto sobre el resto de la economía, en los sectores en los que predominan los comportamientos oligopólicos (en mercados dominados por unas pocas empresas, no sujetas a competencia relevante alguna); al respecto, es menester recordar el elevado nivel de concentración que presenta hoy día la economía argentina, donde las ventas de las primeras 1000 empresas representan más del 70% del Producto Interno Bruto. En este sentido, las expectativas de incremento de precios –fuertemente exacerbadas por la experiencia económica histórica del país– generan un comportamiento “cultural” inflacionario que opera como crucial mecanismo de propagación y acaba suscitando “profecías autocumplidas”.
Al respecto, importa subrayar que el ritmo actual de crecimiento de los precios dista de encontrarse en un nivel de “espiralización”; vale decir, de incrementos cada vez más fuertes, resultantes de las expectativas a futuro acerca de su trayectoria. Este fenómeno fue fundamental en el período de muy alta inflación que sufrió la Argentina entre 1975 y 1990. De hecho, el temor a la “espiralización” es lo que, por lo general, incentiva la adopción de políticas antiinflacionarias en todos los países. Esto, dicho sea de paso, desmiente los toscos diagnósticos monetaristas que atribuyen el crecimiento de los precios, en exclusividad, a la emisión monetaria. Si estos diagnósticos fueran valederos, combatir la inflación sería una tarea trivial.
Políticas antiinflacionarias posibles
El fracaso de las políticas de shock y ajuste recesivo, nos lleva a considerar como alternativa conveniente una estrategia gradual de combate a la inflación. Esta estrategia deberá tener en cuenta la multiplicidad de causas que la provocan: factores inerciales, expectativas, puja distributiva, oscilaciones del tipo de cambio, sectores monopólicos u oligopólicos formadores de precios, entre otras.
Toda política antiinflacionaria eficiente debería satisfacer, al menos, dos criterios básicos: a) actuar conjuntamente sobre las causas de la inflación y sus mecanismos de propagación, diferenciando entre unos y otros; y b) incidir sobre la inflación sin crear o agravar otros desequilibrios y, especialmente, sin producir desempleo. Las políticas antiinflacionarias usuales no cumplen con estos requisitos; por ejemplo, las políticas monetarias restrictivas no actúan sobre la inflación estructural y las clásicas políticas fiscales “de ajuste” tienden a generar desocupación.
El verdadero enemigo del crecimiento con equidad es la desocupación, que a la vez implica la subutilización de recursos y marginación social. El empleo no debe ser la variable de ajuste antiinflacionario. Por el contrario, debe tenderse a una situación de plena ocupación con empleos de calidad y salarios dignos. El aumento de la productividad logrará, a su vez, mayor y más calificado empleo. Existe una confluencia virtuosa entre el combate a la inflación estructural y la expansión económica. Las restricciones de la estructura productiva no se combaten entonces comprimiendo la actividad, sino expandiéndola (vale decir, haciendo lo contrario de lo que hoy resulta usual los países de la Europa en crisis).
En las actuales condiciones, a los dos requisitos mencionados debe sumarse la necesidad de que la política antiinflacionaria tome en cuenta que los mercados de productos han dejado de ser en gran medida mercados nacionales, restringidos a cada país –como supone el enfoque keynesiano de la política económica– para tender a convertirse en mercados mundiales de productos y factores. Por ello, es necesario administrar con prudencia y realismo la incidencia local de los precios internacionales, tratando de regular sus impactos de acuerdo a las necesidades del desarrollo interno y de la equidad distributiva. Dadas las nuevas condiciones en que tienden a desenvolverse los mercados, se corre el riesgo de la “primarización” de las exportaciones y la consiguiente orientación privilegiada (o casi exclusiva) de las inversiones hacia los sectores productores de materias primas. Este escenario puede dar lugar a una versión actualizada de la “enfermedad holandesa”; vale decir, la circunstancia en la que un boom de precios de las materias primas lleva a una situación de fortalecimiento del poder adquisitivo de la moneda nacional que termina impactando severamente sobre la capacidad de producir y exportar manufacturas y, de ese modo, “desindustrializando” al país. Por lo tanto, dado el riesgo de esta peligrosa situación, las políticas de tipo de cambio diferenciado se encuentran ampliamente justificadas y no deben ser abandonadas.
Por otra parte, una reducción indebida, excesiva, imprudente o puramente fiscalista del gasto público tendría efectos adversos sobre el nivel general de actividad económica, como los que están experimentando hoy los países europeos, afectados por la grave crisis en la que se encuentran inmersos. En cambio, resulta fundamental redireccionar el gasto, sin reducir su nivel y buscando mantener el nivel de ocupación, mejorar la distribución del ingreso y adoptar medidas de política fiscal que tiendan a sostener el nivel de los recursos estatales. También debería modificarse gradualmente, pero sin vacilaciones, la política de subsidios del gobierno nacional –tal como comenzó a hacerse hace algunos meses– para sostener los cambios positivos ya logrados en la distribución del ingreso y evitar la continuidad de transferencias injustificadas que subsidian el consumo de los sectores de altos ingresos (energía y transporte, entre otros). Como una política de este tipo implica impactos sobre los precios, exige una gradualidad en su aplicación, que debería discriminar con cuidado entre los distintos tramos de ingresos.
El incremento de la provisión de bienes públicos, materiales e inmateriales, resulta otra vía importante para combatir la inflación, ya que esta oferta se halla a cubierto de las tendencias en los mercados externos y constituye, sobre todo, una responsabilidad del Estado. La moderna noción de bienes públicos incluye no solamente a los bienes públicos materiales (los que integran el “dominio público”), sino también los inmateriales o intangibles, como lo son la educación, la salud, la justicia, la seguridad, la protección social y el derecho a la información y a la pluralidad de opiniones. Una mayor y mejor provisión de bienes públicos actúa con eficacia estabilizadora sobre las tres clases de inflación: sobre la inflación “de demanda”, elevando la oferta de bienes disponibles; sobre la “de costos”, acrecentando la productividad del trabajo; y sobre “la estructural”, aumentando la movilidad de los recursos productivos entre regiones y entre industrias. Por iguales vías, los efectos sobre el nivel y la calidad de la ocupación también pueden resultar positivos.
La política antiinflacionaria debe definirse cualitativamente, como una acción continua y sistemática dirigida a corregir y, en lo posible, a prevenir los desequilibrios coyunturales y estructurales que la generan. No debería descuidarse el campo de la política de ingresos y la influencia que esta debe tener a la hora de acordarse precios y salarios entre los distintos sectores de la sociedad. Resulta obvio que la instrumentación de una política de moderación de la inflación requiere tiempo, además de un cuidadoso análisis que contemple tanto las consecuencias inmediatas como los efectos de largo plazo.
Sin duda alguna, la crisis que sufren los países centrales nos afecta directa o indirectamente. Por ello, deben aislarse –y esto llevará tiempo– los efectos del crecimiento de los precios, sobre todo sobre los salarios que van a la zaga de los restantes. Por todas estas razones alentamos la continuidad de muchas de las políticas encaradas, en particular, la fuerte inversión que compromete al Estado en la búsqueda de una competencia apoyada en el desarrollo científico-tecnológico.
En suma: la política antiinflacionaria deberá tener en cuenta la complejidad que muestran las circunstancias y los factores señalados en este texto y, en consecuencia, debe ser ubicada en su justo lugar, cuidando su consistencia con el cumplimiento de los objetivos de desarrollo con equidad. La inflación no es el único gran problema a vencer, pero resulta indispensable encarar un programa de mediano plazo adecuado para neutralizarla.
Cátedra Abierta Plan Fénix
Octubre de 2012
La crisis desatada a fines de 2001 representó el fin del ciclo de la Convertibilidad. Un período que representó un enorme retroceso, tanto en las condiciones de vida de gran parte de la población argentina como en el desarrollo productivo. La drástica caída verificada en el empleo industrial y la persistencia –durante casi una década– de una tasa de desempleo abierto de dos dígitos fueron dos de sus heridas más dolorosas. Parte del costo de un esquema económico que tuvo como eje el control de la inflación y la irrestricta liberación de los mercados, mientras se proclamaba que “sobraba un tercio de argentinos”.
A un costo social sin precedentes, la Argentina se liberó de un gravoso cepo intelectual, al que estuvo sometida desde largo tiempo atrás (en especial, tras la hiperinflación de 1989-90). Se crearon así las condiciones para adoptar un régimen de política económica que apuntara al crecimiento y a la inclusión social.
Este nuevo patrón se encuentra todavía en vías de consolidación y demanda definiciones acerca del perfil productivo a adoptar hacia adelante. En algunas áreas –como es el caso del transporte– aún se observa, además, una ausencia notoria de nuevas políticas. Asimismo, superada la instancia más crítica de inicios de la pasada década, existen todavía muchas demandas sociales pendientes, tales como la provisión de soluciones habitacionales suficientes y la formalización de un amplio estrato de trabajadores en la “economía negra”.
Ello no quita la importancia que han tenido diversas reformas que, claramente, han apuntado a políticas públicas nuevas y muy eficaces para responder a las necesidades de las mayorías. Nos referimos aquí, entre otras, a la renegociación de la deuda externa; a las transferencias sociales masivas de impacto redistributivo; a la supresión del inviable y costoso régimen previsional privado, reemplazado por una política inclusiva y solidaria; a la modificación de normas monetarias y cambiarias heredadas de la Convertibilidad; al impulso a la educación y al desarrollo científico y tecnológico; a la jerarquización de las inversiones públicas; y al activismo que el Estado está mostrando en el plano energético.
Si bien los datos estadísticos disponibles señalan cambios positivos en la distribución del ingreso, a la par de un crecimiento significativo en la actividad productiva, este nuevo patrón en proceso de definición presenta dificultades. Entre ellas, un proceso inflacionario que se ha iniciado un quinquenio atrás y que, si bien muestra un ritmo administrable, alcanza hoy índices superiores a los deseables.
Además de los conocidos impactos que todo proceso de este tipo tiene sobre los perceptores de ingresos fijos –como es principalmente el caso de los trabajadores asalariados– la inflación estrecha el horizonte de decisión de las personas y empresas, desestimulando la toma de riesgos a plazos largos. Asimismo, existen concretas preocupaciones por el retraso que la inflación tiende a generar en el tipo de cambio real y en los niveles reales de tarifas de servicios públicos. Las razones precedentes conducen a reconocer la importancia de esta cuestión.
Por cierto, los distintos procesos inflacionarios de la Argentina obedecieron en el último siglo a causas diversas y su magnitud alcanzó niveles muy disímiles. La decisión del Plan Fénix de tomar posición –una vez más– acerca de este tema obedece a que, por la magnitud adquirida los últimos años, la inflación ha vuelto a instalarse como una cuestión central entre las preocupaciones sociales y exige la adopción de políticas eficaces para su morigeración y control. Nuestra historia enseña, sin embargo, que de la mano de argumentos antiinflacionarios se han gestado en el pasado planes de ajuste que implicaron graves retrocesos productivos y sociales, con serias consecuencias ulteriores en el terreno político-institucional. Es imperativo entonces que esto no ocurra, para beneficio de la expansión productiva en curso, de los sectores sociales más vulnerables y del proceso de afianzamiento y extensión de nuestra democracia.
El ritmo actual del fenómeno inflacionario
Cualquier esfuerzo que procure reducir la inflación debe comenzar por cuantificar su magnitud, determinar sus causas, evaluar los resultados negativos producidos en el pasado como consecuencia de la aplicación de políticas antiinflacionarias de matriz ortodoxa y, finalmente, proponer una estrategia alternativa.
No es fácil determinar cuál ha sido el ritmo real de incremento de precios que ha tenido lugar en la Argentina durante los últimos años. Las cifras que ofrece el INDEC han perdido credibilidad, las provinciales no cubren un territorio de suficiente significación y las que publican las consultoras privadas exageran, en general, las tasas de inflación reales (además de aplicar en algunos casos metodologías inaceptables, de poca seriedad). De acuerdo a la evolución del índice de precios implícitos del PBI, la inflación actual se ubicaría en el entorno del 20% anual, en tanto que el promedio del incremento de precios, según siete institutos provinciales de estadísticas, resulta aproximadamente del 23%. Ambos valores se hallan muy lejos de los que estima el INDEC –y, también, bastante por debajo de muchas “estimaciones” irresponsablemente difundidas por medios masivos de comunicación– y justifican la actual preocupación. Va de suyo que esta situación debe ser corregida, sin más dilaciones.
Causas
Para comprender la especificidad del fenómeno es preciso analizar sus causas y sus mecanismos de propagación. El análisis económico tradicional suele distinguir tres clases de inflación: de demanda, originada por un exceso de la demanda global respecto de la oferta global de productos y servicios; de costos, usualmente derivada del aumento de la tasa de salarios e insumos a un ritmo mayor que la productividad del trabajo asalariado; y la estructural, causada por el cambio de los precios relativos en sectores con inflexibilidad a la baja de los precios monetarios. Más allá de este análisis tradicional y avanzando en el tema, podría afirmarse que el fenómeno primario tiene origen en una inflación de carácter “estructural”, que presenta como mecanismos de propagación a la inflación “de costos” y también a la “de demanda”.
Las presiones inflacionarias se deben a problemas de la estructura del sistema económico argentino. Entre ellos: a) el incremento de los precios relativos de alimentos, energía y otros insumos en el mercado mundial, que tiene impacto sobre el nivel de precios internos y se traslada fuertemente al consumo de los sectores más carenciados; b) las deficiencias en la tasa de formación de capital, así como en su asignación; y c) las serias inequidades persistentes en el sistema tributario. Si estas fallas estructurales no se corrigen resulta imposible atenuar el proceso inflacionario, por más “ajustes” que se intenten, debido a la multiplicidad de causas que operan de modo simultáneo.
Si bien los cambios positivos en la distribución del ingreso no son necesariamente inflacionarios, la puja distributiva tiende a provocar el incremento en los precios. Sobre todo cuando los empresarios, en particular los formadores de precios, reajustan sus márgenes de ganancia. Esto, en especial, que sucede con frecuencia, tiene un fuerte impacto sobre el resto de la economía, en los sectores en los que predominan los comportamientos oligopólicos (en mercados dominados por unas pocas empresas, no sujetas a competencia relevante alguna); al respecto, es menester recordar el elevado nivel de concentración que presenta hoy día la economía argentina, donde las ventas de las primeras 1000 empresas representan más del 70% del Producto Interno Bruto. En este sentido, las expectativas de incremento de precios –fuertemente exacerbadas por la experiencia económica histórica del país– generan un comportamiento “cultural” inflacionario que opera como crucial mecanismo de propagación y acaba suscitando “profecías autocumplidas”.
Al respecto, importa subrayar que el ritmo actual de crecimiento de los precios dista de encontrarse en un nivel de “espiralización”; vale decir, de incrementos cada vez más fuertes, resultantes de las expectativas a futuro acerca de su trayectoria. Este fenómeno fue fundamental en el período de muy alta inflación que sufrió la Argentina entre 1975 y 1990. De hecho, el temor a la “espiralización” es lo que, por lo general, incentiva la adopción de políticas antiinflacionarias en todos los países. Esto, dicho sea de paso, desmiente los toscos diagnósticos monetaristas que atribuyen el crecimiento de los precios, en exclusividad, a la emisión monetaria. Si estos diagnósticos fueran valederos, combatir la inflación sería una tarea trivial.
Políticas antiinflacionarias posibles
El fracaso de las políticas de shock y ajuste recesivo, nos lleva a considerar como alternativa conveniente una estrategia gradual de combate a la inflación. Esta estrategia deberá tener en cuenta la multiplicidad de causas que la provocan: factores inerciales, expectativas, puja distributiva, oscilaciones del tipo de cambio, sectores monopólicos u oligopólicos formadores de precios, entre otras.
Toda política antiinflacionaria eficiente debería satisfacer, al menos, dos criterios básicos: a) actuar conjuntamente sobre las causas de la inflación y sus mecanismos de propagación, diferenciando entre unos y otros; y b) incidir sobre la inflación sin crear o agravar otros desequilibrios y, especialmente, sin producir desempleo. Las políticas antiinflacionarias usuales no cumplen con estos requisitos; por ejemplo, las políticas monetarias restrictivas no actúan sobre la inflación estructural y las clásicas políticas fiscales “de ajuste” tienden a generar desocupación.
El verdadero enemigo del crecimiento con equidad es la desocupación, que a la vez implica la subutilización de recursos y marginación social. El empleo no debe ser la variable de ajuste antiinflacionario. Por el contrario, debe tenderse a una situación de plena ocupación con empleos de calidad y salarios dignos. El aumento de la productividad logrará, a su vez, mayor y más calificado empleo. Existe una confluencia virtuosa entre el combate a la inflación estructural y la expansión económica. Las restricciones de la estructura productiva no se combaten entonces comprimiendo la actividad, sino expandiéndola (vale decir, haciendo lo contrario de lo que hoy resulta usual los países de la Europa en crisis).
En las actuales condiciones, a los dos requisitos mencionados debe sumarse la necesidad de que la política antiinflacionaria tome en cuenta que los mercados de productos han dejado de ser en gran medida mercados nacionales, restringidos a cada país –como supone el enfoque keynesiano de la política económica– para tender a convertirse en mercados mundiales de productos y factores. Por ello, es necesario administrar con prudencia y realismo la incidencia local de los precios internacionales, tratando de regular sus impactos de acuerdo a las necesidades del desarrollo interno y de la equidad distributiva. Dadas las nuevas condiciones en que tienden a desenvolverse los mercados, se corre el riesgo de la “primarización” de las exportaciones y la consiguiente orientación privilegiada (o casi exclusiva) de las inversiones hacia los sectores productores de materias primas. Este escenario puede dar lugar a una versión actualizada de la “enfermedad holandesa”; vale decir, la circunstancia en la que un boom de precios de las materias primas lleva a una situación de fortalecimiento del poder adquisitivo de la moneda nacional que termina impactando severamente sobre la capacidad de producir y exportar manufacturas y, de ese modo, “desindustrializando” al país. Por lo tanto, dado el riesgo de esta peligrosa situación, las políticas de tipo de cambio diferenciado se encuentran ampliamente justificadas y no deben ser abandonadas.
Por otra parte, una reducción indebida, excesiva, imprudente o puramente fiscalista del gasto público tendría efectos adversos sobre el nivel general de actividad económica, como los que están experimentando hoy los países europeos, afectados por la grave crisis en la que se encuentran inmersos. En cambio, resulta fundamental redireccionar el gasto, sin reducir su nivel y buscando mantener el nivel de ocupación, mejorar la distribución del ingreso y adoptar medidas de política fiscal que tiendan a sostener el nivel de los recursos estatales. También debería modificarse gradualmente, pero sin vacilaciones, la política de subsidios del gobierno nacional –tal como comenzó a hacerse hace algunos meses– para sostener los cambios positivos ya logrados en la distribución del ingreso y evitar la continuidad de transferencias injustificadas que subsidian el consumo de los sectores de altos ingresos (energía y transporte, entre otros). Como una política de este tipo implica impactos sobre los precios, exige una gradualidad en su aplicación, que debería discriminar con cuidado entre los distintos tramos de ingresos.
El incremento de la provisión de bienes públicos, materiales e inmateriales, resulta otra vía importante para combatir la inflación, ya que esta oferta se halla a cubierto de las tendencias en los mercados externos y constituye, sobre todo, una responsabilidad del Estado. La moderna noción de bienes públicos incluye no solamente a los bienes públicos materiales (los que integran el “dominio público”), sino también los inmateriales o intangibles, como lo son la educación, la salud, la justicia, la seguridad, la protección social y el derecho a la información y a la pluralidad de opiniones. Una mayor y mejor provisión de bienes públicos actúa con eficacia estabilizadora sobre las tres clases de inflación: sobre la inflación “de demanda”, elevando la oferta de bienes disponibles; sobre la “de costos”, acrecentando la productividad del trabajo; y sobre “la estructural”, aumentando la movilidad de los recursos productivos entre regiones y entre industrias. Por iguales vías, los efectos sobre el nivel y la calidad de la ocupación también pueden resultar positivos.
La política antiinflacionaria debe definirse cualitativamente, como una acción continua y sistemática dirigida a corregir y, en lo posible, a prevenir los desequilibrios coyunturales y estructurales que la generan. No debería descuidarse el campo de la política de ingresos y la influencia que esta debe tener a la hora de acordarse precios y salarios entre los distintos sectores de la sociedad. Resulta obvio que la instrumentación de una política de moderación de la inflación requiere tiempo, además de un cuidadoso análisis que contemple tanto las consecuencias inmediatas como los efectos de largo plazo.
Sin duda alguna, la crisis que sufren los países centrales nos afecta directa o indirectamente. Por ello, deben aislarse –y esto llevará tiempo– los efectos del crecimiento de los precios, sobre todo sobre los salarios que van a la zaga de los restantes. Por todas estas razones alentamos la continuidad de muchas de las políticas encaradas, en particular, la fuerte inversión que compromete al Estado en la búsqueda de una competencia apoyada en el desarrollo científico-tecnológico.
En suma: la política antiinflacionaria deberá tener en cuenta la complejidad que muestran las circunstancias y los factores señalados en este texto y, en consecuencia, debe ser ubicada en su justo lugar, cuidando su consistencia con el cumplimiento de los objetivos de desarrollo con equidad. La inflación no es el único gran problema a vencer, pero resulta indispensable encarar un programa de mediano plazo adecuado para neutralizarla.
Cátedra Abierta Plan Fénix
Octubre de 2012
jueves, 11 de octubre de 2012
Antes y después del 12 de octubre
Pueblos Originarios e Imperios
Mario Rabey
Foto Mario Rabey: El día del desentierro del Carnaval, Juella arriba, febrero 1999 |
“Los pueblos indígenas nos encontramos frente a un nuevo aniversario de la llegada de colonialismo europeo a nuestras tierras, causante del mayor genocidio conocido en la historia de la humanidad, que ocasionó 70 millones de muertos, y que asimismo dio inicio a un sistema de dependencia que se ha mantenido durante cinco siglos, con la excepción de aquellos momentos de nuestra historia en la que los pueblos adquirimos protagonismo, a partir de nuestra luchas de resistencia. Cinco siglos donde hubo una resistencia tenaz frente a un sistema de muerte y explotación, que encabezaron entre otros hermanos nuestros Tupac Amaru, Micaela Bastidas, Bartolina Sicsa, Tupac Katari, Caupolican y Lautaro.” Abya Yala es el nombre dado al continente americano por el pueblo Kuna de Panamá y Colombia antes de la llegada de Cristóbal Colón y los europeos. Literalmente significaría tierra en plena madurez o tierra de sangre vital. La expresión Abya Yala ha sido empleada por los pueblos originarios del continente para autodesignarse, en oposición a la expresión "América"
Y reflexiono, en forma directa, sobre el teclado:
Recordemos, brevemente, que no todos los pueblos de Abya Yala eran "libres" antes de la llegada de los europeos.
Obviamente, el tema no es como para despacharlo en un intercambio de frases facebookeras, pero para decirlo con (mucha) síntesis:
1. En Abya Yala, además de Pueblos, había Imperios.
2. Occidente / No Occidente no es una oposición categoríal/valorativa, donde la carga valorativa pueda invertirse (por ej. Huntington vs. Al Khaeda) y listo.
3. (relacionado con lo anterior) Volver a Aristóteles no es una buena respuesta a las imprecisiones de la dialéctica.
4. La resistencia de los pueblos de Abya Yala -que en muchos casos, como en los Andes y en Yucatán llega hasta nuestros días- enseña mucho más (y envuelve mucha más promesa política) que la derrota ante España y otras potencias coloniales.
Para dar un ejemplo sobre este último punto (que me parece el más importante), Tupac Khatari y Bartolina Sisa son emblemáticos en la Bolivia contemporánea y, entonces, en toda la América / Abya Yala contemporánea.
Las imprecisiones de la dialéctica tienen mucho que ver con el endurecimiento (muchas veces positivista) que le dieron diversos continuadores del Marx (de los que excluyo explícitamente al italiano Gramsci -quien escribió gran parte de su obra en la cárcel fascista- y al peruano Mariátegui -quien escribió en medio de la cárcel intelectual del positivismo- , y donde rescato especialmente a Castoriadis).
Me gustaría que hablemos entonces de la praxis de resistencia de los pueblos de Abya Yala, una resistencia que viene, indudablemente, de su historia durante los tiempos precoloniales. Puesto que si no, nos quedaremos con la dialéctica hegeliana, puesta al revés no más (como se propuso Marx), pero siempre cosificadora de pueblos que habrían entrado en la Historia ¡cuando llegó Europa!
Porque, seguramente, no hubo Pueblos sin Historia, como afirmó imperialmente Hegel. Pero seguramente, hubo Pueblos sin Europa, como sugirió, dialécticamente y con alta retórica, Talal Asad.
Pero, agrego ahora yo, con otros Imperios. Y contra ellos se sigue escribiendo Historia, una escritura con praxis. Como la Historia que escriben nuestros Pueblos en los Andes, sobre los cuales escribí junto con Bárbara Manasse.
Referencias:
Asad, Talal. 1987. Are there histories of peoples without Europe? Comparative Studies in Society and History, 29(3) : 594-601
Manasse, Bárbara y Mario Rabey. 1992. El pasado en el conocimiento popular andino. Revista de Antropología, 12. En Internet: http://es.scribd.com/doc/10854129/Barbara-Manasse-y-Mario-Rabey-1992-El-Pasado-en-el-Conocimiento-Popular-Andino
jueves, 4 de octubre de 2012
Roger Waters, El Indio Solari, Steve Jobs
Sopesar los altos y los bajos
Claudio Real
La muerte de Steve Jobs, cofundador y CEO de Apple, desató un coro de ditirambos en los medios masivos de comunicación, que fue replicado en forma impresionante en las redes sociales, Twitter, Facebook & Co. Hubo pocas voces contrastantes con ese coro, siendo una excepción notable la de la Revista Barcelona. Aquí Claudio intenta una mirada balanceada, contrapunteando a Jobs con dos estrellas del rock, uno mundial y otro de estas pampas.
Que cosa tan difícil nos resulta a los humanos tratar de poner las cosas una perspectiva balanceada. Siempre tendemos a razonar binariamente: blanco o negro, Boca o River, Perón o Muerte,Ortega o Gasset. Pongamos por caso tres ejemplos tomados al azar: Roger Waters, El Indio Solari, Steve Jobs. ¿Tremendos Dioses?; ¿Terribles Garcas?. ¿Qué son?. Bien, yo creo que la respuesta madura podría ser: un poco de cada cosa, de acuerdo a los principios artísticos, éticos y morales que cada uno pondere.
Innegablemente ellos y los cientos de miles de millones de seres humanos seremos igual de desparejos: altos y bajos, claros y oscuros. Lo errado sería que no podamos comprenderlo y necesitemos siempre endiosarnos o defenestrarnos.
Roger Waters. ha sido el alma mater pensante detrás de Pink Floyd, en su etapa más fuerte al menos. Todos amamos a David, pero es un hecho que el grupo jamás fue lo mismo sin él. Al igual que pasa con el audio digital, es algo increiblemente parecido,pero no lo mismo. Waters, el artista sensible, sublime, osado, el que llena nueve River ... y también el garca millonario que se encierra en su castillo para corretear animalitos silvestres en su coto de caza privado y asesinarlos. ¿Y entonces? ¿Roger sí o Roger no? La respuesta estará de seguro en el grado de la medida de credibilidad de cada uno para con nuestro ídolo. ¿Hasta dónde le creés, hasta dónde te bancás? Dicho esto, también estaré en River viendolo, prefiero otorgarle el beneficio de la duda, aunque el "detalle deportivo", sumado a algunas actitudes despóticas de toda la vida para con sus compañeros, están lejos de causar adhesión y cariño.
El Indio Solari. Desde mi escaso conocimiento y acotado razonamiento, puedo aceptar, Los Redondos fueron la mejor banda de Rock de las Pampas (siempre de acuerdo a lo que entienda por Rock cada uno). Los típicos monstruos sagrados -Charly, Flaco, León- son artístas mas eclécticos, pero si pienso en Rock de las Pampas, mi pensamiento es automáticamente redondo. En las épocas de los comienzos los disfruté grandemente de sus shows, luego las cosas se salieron de control para bien y para mal. Así después de algun desgaste calculado, llegamos al punto doloroso de la separación, al cual todos intuimos por varias causas. Que si el Indio cambió, que vive en un "Cantri", que ésto, que aquéllo. Yo no sé, no lo conozco personalmente, los de la monada no sabemos pormenores ni los necesitamos, pero hasta que alguien de la banda no tenga una de esas actitudes "de las que no se vuelve", nadie tiene derecho a juzgar trapitos privados ni crucuficar a nadie,aunque nos hubiese gustado otra realidad, obviamente.
Steve Jobs. No entiendo demasiado del tema ni sé más de lo que los medios nos contaron estos días,además de las muchas anécdotas que mi amigo Daniel, gran fana de la manzanita, me ha prodigado en estos años. Qué podríamos opinar de este sujeto?: ¿que es Gardel?; ¿que es Lepera?; ¿que es Hitler? Nada de eso. Es un tipo creativo, que sin ser Volta, Edison o Pasteur, ha introducido importantes invenciones a la hora de llevar la computadora, que era un aparato gigantesco e infernal, al ámbito de los hogares,la portabilidad y el confort de la gente,por no mencionar unos cuatro centenares de pequeños avances tecnológicos que incluyen, por ejemplo, el mouse, los programas maestros en entorno gráfico -hoy llamados sistemas operativos-,la pantalla táctil y un sinfin de pequeños elementos integrados inadvertidamente a nuestra vida diaria como la Mac (superior a PC de acá a Saturno, no hay discusion posible al respecto) y que han resultado ser,aunque no sustanciales para la supervivencia, todos formidables avances, super importantes en nuestro desarrollo tecnológico, bienvenidos todos y reconocimiento eterno y agradecido a la obra de este verdadero genio.
¿Ha hecho todo esto el Sr. Jobs gentil y alegremente para beneficiar a la humanidad toda sin más recompensa que la gratificación personal y el bien al prójimo? ¡De ninguna manera! Este muchacho ha disfrutado sobradamente de los beneficios del sistema capitalista patentando a morir cada una de sus ideas y defendiendo con uñas y dientes su imperio económico, a la par de Gates y tantos otros popes mundiales de la economía, verdaderas guerras comerciales con cualquier posible competidor, desde su archienemigo (y amigo de lo ajeno) Microsoft, hasta el ex sello discográfico de los Beatles,con quienes disputaba por la titularidad de la manzanita y con quienes luego de décadas de feroz guerra, terminó compartiendo regalías por venta de música. Todos fueron beneficios a costa de librar batallas legales despiadadas con Dios y María Santísima y con el triste saldo no económico; pasándola y haciendo pasar mal a él mismo y a quienes le rodeaban, tanto que quizá esto puede haber sido muy poco beneficioso para su propia salud, todo dicho siempre desde los datos que se manejan, nadie ha tenido una experiencia cercana como para dar fé cierta de todo lo que se relata.
La síntesis de todo este largo y tedioso pastiche de palabrerío vendría a significar -siempre desde mi humilde y modesta óptica- que lo más dificil para las personas es a veces sopesar los altos y bajos que tienen/tenemos los humanos. Sabemos que hay cosas que nos desagradan y que nos cuesta mucho revertir, vale para nuestros ídolos como para nuestros amigos, cada uno sabrá cuál es esa medida. Lo que a veces hacemos mal es que tendemos a ser terminantes en nuestras apreciaciones y juicios de valor o dejarnos llevar por el fanatismo,en lugar de tratar de entender las cosas en perspectiva, ver qué cosas son importantes para elevar el espíritu de una persona y qué otras son nimiedades o cosas coyunturales, para poder apreciar asi a las personas en su justa dimensión y no endiosar salames y perejiles o próceres, da igual, o juzgar demasiado duramente a quienes simplemente vivieron como mejor pudieron e hicieron las cosas de ese modo. En nosotros está la llave de nosotros.
¿te imaginaste hace unos años ...
... poder festejarle a tu nena los quince?
Dice Rocio Aldana Lavega:
El aviso del cumpleaños de 15 lo viví en carne propia.
Yo cumplí quince en el 2004. El país todavía estaba levantándose de las miserias provocadas por infinidad de politicas neoliberales, mi papá estaba desocupado y deprimido, mi mamá tenía varios trabajos para mantener la casa, tambien estaba deprimida pero no nos lo hacía notar ni a mi hermana ni a mi para que no nos preocuparamos.
Estudié en un colegio secundario público en el cual conseguía las hojas en donde escribía gracias a becas de la cooperadora. No teníamos aula de computación porque justamente no había computadoras, hablar de netbooks o notebooks era un delirio (comprarla o que te la regalaran). Ni hablar de que el gobierno te de esa posibilidad.
Hoy con casi 23 estudio en la UBA y puedo irme dentro de unas semanas de viaje a Suiza, tengo dos emprendimientos laborales en los que me va muy bien. No solo trabajo para argentinos, sino que tambien quieren contratarme de otros países.
Creo en lo personal que fue un cambio importante porque justamente viví el contraste de las dos épocas.
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