domingo, 9 de septiembre de 2012
Discurso Día del Maestro
Hernán F. Boeykens Larrain
Maestro de Grado
Estas palabras van dirigidas como un gesto, como una mano tendida y solidaria a los maestros y al auxiliar de la Escuela n°3 DE 18 “Monte Castro” que el gobierno desplazó de sus cargos por pensar distinto, por no quedarse callados cuando se cerraban grados de la escuela pública, por ser políticos y sobre todo por ser profundamente humanos.
Voy a decirles una verdad de Perogrullo. ¿Qué es una verdad de Perogrullo? Es algo obvio, que no hace falta decir porque todo el mundo lo sabe. Pero hoy en nuestro día yo tengo la necesidad de compartir con mis alumnos, con las familias y con mis compañeras y compañeros de trabajo una verdad obvia. Acá va: los docentes somos seres humanos. Tenemos 206 huesos, un hígado, un corazón, un cerebro, espina dorsal. Respiramos oxígeno, nos alimentamos, tenemos hijos, somos tíos, votamos, vamos al baño (sí, vamos al baño y hacemos lo primero y lo segundo). Somos seres humanos porque nos emocionamos, nos enamoramos, nos enojamos, nos gusta la música y bailar (aunque algunos seamos francamente muy malos haciéndolo). Tenemos gustos e intereses muy diversos; a algunos nos gusta el mate, otros odiamos la mayonesa. En fin, somos tan seres humanos como cualquiera. Y como cualquier ser humano somos seres políticos, “animales políticos”, como pensaba un griego. Zoon politikon, nos llamaba Aristóteles en su lengua porque había nacido en el Reino de Macedonia y que ¡oh, casualidad, había sido docente! Aunque en esa época no se usaba delantal blanco.
Ser un animal político es parte de nuestra naturaleza. Y eso no quiere decir que andamos diciendo a quién hay que votar y a quién no. La política, digámoslo para ser bien claros, no es sólo hacer campaña y elegir representantes. Política es tomar posición ante la realidad y saber qué lugar ocupamos en la sociedad y que lugar queremos ocupar, y saber también qué tipo sociedad queremos, por lo tanto, qué tipo de escuela queremos: si queremos que en nuestra escuela y en nuestros hospitales puedan entrar todos los seres humanos o sólo los que se parecen por fuera o por origen a nosotros.
Les voy a confesar qué escuela me gusta a mí: me gusta la escuela que no discrimina a nadie, la escuela en donde puedo escuchar a mis alumnos hablando guaraní, quechua, aymara, castellano, me gusta que los colores de piel de los que estamos acá sean todos distintos, me gusta que algunos coman asado o chuño, que algunos escuchen tango y otros rock y otros chamamé. Me gusta que la escuela sea gratuita, que la financie el estado y nadie más, que se pueda ingresar a ella por el sólo hecho de vivir en la Argentina, que los docentes ingresemos a ella porque tenemos los méritos suficientes para hacerlo. No me gusta la escuela que elige a los chicos que pueden pagar una cuota, no me gusta la escuela que elige a los maestros porque piensan parecido a los dueños de la escuela, no me gusta la escuela que discrimina porque uno no cree en dios y otro sí.
Y me gustan los maestros que opinan, que no se callan si creen que su escuela, la escuela pública, esa escuela que hacen todos los días se está cerrando arbitrariamente desde este o aquel gobierno. Voy a ser más claro: la escuela no es de ningún gobierno, la escuela es pública, es de los chicos, de los docentes y de las familias. A ellos como docentes les debemos todo nuestra capacidad para enseñar, a nadie más.
Por último, quiero decir, y repetir, que los docentes hacemos política todos los días en la escuela: cuando decimos que la conquista española fue un genocidio contra nuestros pueblos originarios y no un encuentro pacífico de culturas, cuando preferimos que los niños aprendan a pensar qué es lo que hacen cuando dividen 23 por 8 en vez de enseñarles a llegar al resultado correcto como si fuesen calculadoras, cuando les leemos un poema de Federico García Lorca y les contamos que a este poeta lo mató una dictadura por pensar, querer y actuar distinto: hacemos política. Nos paramos frente a la realidad de una manera para compartirla y enseñar a interpretarla. Y, ojo, si hacemos lo contrario, si nos callamos por miedo al “qué dirán”, si enseñamos a pensar como calculadoras, si creemos que somos neutrales, también hacemos política.
Por todo esto, estas palabras van dirigidas como un gesto, como una mano tendida y solidaria a los maestros y al auxiliar de la Escuela n°3 DE 18 “Monte Castro” que el gobierno desplazó de sus cargos por pensar distinto, por no quedarse callados cuando se cerraban grados de la escuela pública, por ser políticos y sobre todo por ser profundamente humanos.
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